MIMI MAURA, UNA ARGENTINA NACIDA EN PUERTO RICO

La tonada caribeña condimentada con términos porteños hacen de Mimi Maura (o Midnerely Acevedo) un personaje original y encantador.
Puertorriqueña, hija del músico Mike Acevedo –con el que aprendió a cantar boleros de chiquita–, dueña de una voz privilegiada, Maura, que tocó con varias bandas de su país, hace ocho años se enamoró de un argentino (Sergio Rotman, ex Los Fabulosos Cadillacs) y se quedó a vivir en Buenos Aires. "
De su amor por Rotman no sólo surgió el proyecto de la banda: también nació Leroy, con rulos carmín. "Nos cambió la vida. Eramos antirrutina, pero ahora el niño comenzó primer grado y hay que levantarse muy temprano. Mayormente lo lleva Sergio a la escuela, y yo me encargo de hacerlo dormir, previo cuento. Nunca falta la historia del coquí. Es una rana muy chiquita, el símbolo puertorriqueño. En Hawai las matan porque son plaga, mientras que nosotros las cuidamos para que no se extingan. En fin... Y el coquí de mi cuento, como tantos de mis compatriotas, deja la isla para mudarse a Nueva York. Pero llega allí y sufre porque hay demasiada gente, demasiado frío, no hay sol ni palmeras ni montañas. El coquí entonces deja de cantar y hace las mil y una para regresar a su tierra."

A diferencia del coquí del cuento, Maura no sufre por estar lejos de su país. "A Puerto Rico voy de visita porque tengo familia y representa una hermosa etapa de mi vida. Pero aquí encontré un proyecto, armé una familia. Me encanta mi PH de Vicente López, la gente, la intensidad de esta ciudad.
Y me adapté fácilmente: llegué vegetariana y ahora como asaditos, aprendí de vinos y hasta tomo mate." Como no maneja, no es raro verla en la parada del colectivo rumbo a un ensayo o a sus clases de artes marciales. "Por ahora, paso inadvertida. Voy tranquila en el subte o en el colectivo. La verdad, mi vida no es rara. Sólo que además de ser madre y esposa canto, ensayo, me presento en lugares. Porteñizada, cuenta que recurre al delivery. "Pero a veces cocino arroz con habichuelas y calabaza. A mis hombres les gusta mucho."

Hizo música con su hermano durante su fulgurosa juventud de Puerto Rico; reversiona y canta con su voz demoledora algunos de los clásicos de su padre Mike Acevedo, astro de la canción boricua; formó una banda con su marido, ex y actual Cadillacs, Sergio Rotman, y últimamente en algunas presentaciones puede subirse al escenario su hijo Leroy, que aporta coros e histrionismo genético. Para Midnerely, cantante de Mimi Maura, todo sigue quedando en familia: "En casa éramos muy musicales todos, a pesar de que nunca tocamos en vivo formalmente con mi padre. Sí recuerdo que en un momento lo fui a ver en vivo, y mi hermano y yo nos trepamos a hacer los coros, ¡no pudimos aguantar! No estábamos invitados, pero no nos importó. Nos subimos al escenario igual y estuvo bueno, porque es un poco lo que pasa con Leroy, que se sube al escenario sin preguntarle a nadie. Es como su lugar. En el primer show que hice con Mimi Maura, yo estaba embarazada de siete meses. Para mí es mágico: siempre fue familiar la música y siempre estuve rodeada de músicos". Es justamente en su casa familiar donde la mujer que en el escenario es un fuego elevado e inalcanzable se vuelve par. Desde su computadora portátil, vestida con remera y pantalones bien anchos, muestra el work in progress del DVD de la banda, que saldrá próximamente, con material de sus shows en el ND / Ateneo. Señala la iconografía netamente cuerva, que ostenta su preeminencia cromática en la cocina y el comedor diario. Toma una foto en la que se la ve con su papá –idénticos– y, de paso, invita a un almuerzo caribeño de su autoría: ensalada de papa y manzana y arroz con gandules, una legumbre que ella se trae o se hace traer especialmente de Puerto Rico, para congelar y dosificar en sabrosas cuotas.


¿Extrañás Puerto Rico?
Sí, claro que extraño, a veces. Lo que pasa es que llevo diez años acá y de momento sé que hay cosas que extrañaría, como la rutina familiar que tengo, la comida. Estamos acostumbrados al alimento de acá, que es bastante sano, más sano que el de allá, que es todo enlatado. No se consiguen verduras ni frutas frescas cuando es un país –o una colonia, como la queramos llamar– que tiene mucho para ofrecer. Es un problema que su agricultura haya sido afectada por toda esta industrialización de la isla con Estados Unidos, que impuso un estilo de vida en el que todo es rápido, nadie tiene que trabajar la tierra porque da calor, porque es trabajo de esclavo. Pero Puerto Rico es muy hermoso. Tiene montañas y es muy vistoso, y las nubes son así grandes y el cielo bien azul. Y una brisa caribeña envidiable y un olor que yo… a veces extraño. Tiene mucho salitre, el mar de Puerto Rico es muy profundo, y muy fuerte para mí estar cerca de ese mar oscuro que hasta da miedo, parece que te pudiera tragar… Es placentero eso: sentirte chiquito, normal, creo que me hace sentir parte de la tierra.

¿Qué hacías en Puerto Rico antes de dedicarte a la música?
Yo estudié artes plásticas, durante ocho años, y ésa iba a ser mi carrera. Me salí porque tenía que trabajar. No vengo de una familia adinerada y mis padres se fueron así que yo quedé independiente. Igualmente era muy feliz: mi papá me ayudaba un poco, vivía con una amiga en la playa, con una bicicleta. Iba a la escuela en bicicleta y te digo que con 20 dólares vivía una semana feliz. No necesitaba dinero. La verdad es que pasé unos lindos años hangeando en el viejo San Juan arriba de mi bicicleta, pero en un momento me puse a trabajar y ya me dediqué más a la banda de chicas que tenía, Alarma, y a rockear.
¿Era raro en ese momento una banda de chicas?
Ahora mismo sigue habiendo pocas… Para los demás era bastante extraño. Estábamos rodeadas de bandas de chicos. Todo bien chévere. Creo que nuestros padres no han enseñado a sus hijas que pueden ir por el lado del arte por una cuestión de seguridad. La música, la verdad, no es algo muy seguro. Más allá de la educación, la figura de la mujer en la canción centroamericana tiene peso propio… Bueno, yo en un momento me puse a investigar el tema. En el Caribe, lo negroide que llegó tenía el lamento de extrañar, de eso cantaban los extranjeros que entraron. Yo creo que por eso la música ha sido tan rica. La música folclórica de Puerto Rico tiene también esa cosa de que la melodía es alegre, con las guitarritas, y las letras son un lamento. Y de ahí, la mujer: en otros tiempos, la mujer cantaba en los velorios de sus hijos, porque era su manera de expresar lo que sentía. Podría haber una relación entre el bolero y el tango… Claro, porque –para mí– una manera de reconciliarme con el bolero fue conocer el mundo del tango. Llegué a tomar clases de tango y hasta fui a milongas.
¿Cantar temas tristes te genera una sensación de tristeza?
Cuando uno canta te lo sacás para afuera, aunque sea una canción triste. Y siento que en el escenario dejo una parte de mí. Los boleros nos gustan mucho a las mujeres, pero por ahora disfruto mucho también de cantar ska y brincar. Tal vez cuando esté más grande... Igual, no es una guerra, hacemos lo que se nos da la gana.


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